Todo en el cuarto vagón atrae mi
atención. Los pasajeros más jóvenes están tan nerviosos como ilusionados.
Entran dando bandazos con las maletas, riendo a carcajadas. Son un grupo numeroso,
aunque también hay familias. Los padres no pierden de vista a sus pequeños, que
observan impresionados el AVE. Vienen cubiertos de capas. Chaquetón sobre chaquetón, bufanda, gorro, y guantes. En
frente de mi asiento está sentado un hombre de mediana edad que mira inquieto a
su alrededor. Parece impaciente. Nervioso. Me pregunto cuál será el motivo de
tal comportamiento. A mi lado se encuentra una señora mayor que no deja de
mirarme. Comienza a estresarme. Yo le sonrío forzosamente. ¿No percibe mi incomodidad?
Odio profundamente que la gente se me quede mirando de esa forma. Me echo un
poco hacia el lado y saco un libro de mi mochila. Leer me distraerá. O eso
creo. Ahora mi compañera de viaje tiene una nueva meta. Trata de saber qué
libro descansa en mis manos.
-¿Qué lees? -pregunta curiosa,
al no conseguir leer el título.
-Nada, una novela de
adolescentes. -contesto sin detallar. No me apetece hablar.
-¿Cuál es? -insiste. Resoplo desesperada.
-Bajo la misma estrella.
-respondo de mala gana. -ni le suena, ¿verdad? -se asusta.
-Estos jóvenes… qué poco
respeto… -balbucea. Me habla de respeto
cuando ella no ha dejado de intimidarme…
Parece que se olvida por fin de
mi… ahora molesta al chico nervioso del asiento de enfrente. Sigue tembloroso.
-¿qué te ocurre, muchacho?
-Me da… pavor montarme en
trenes. -confiesa. Se agarra fuerte las manos. -no… no me gustan. Ni los
trenes, ni los aviones, ni los barcos…
-Tranquilo. -ríe. -esto es muy
seguro. -dice, a la vez que el motor se pone en marcha. En tres horas y pico
estaré en Madrid. No me hace particular ilusión. Para mí es una rutina ir a la
capital cada fin de semana. Mis padres están separados y aunque sea egoísta
decirlo, la más perjudicada soy yo. Tener que recorrerme como 500 kilómetros
cada viernes y domingo no es agradable. Ya no solo por el viaje, si no por mi
tiempo libre. Los fines de semana son para descansar, salir y divertirme. En
Madrid solo hago lo primero. Así que debo ser la única adolescente en el
planeta que cada sábado se queda en casa. Y por si fuera poco, tengo que
soportar la horripilante escena de mi padre y una rubia de casi mi misma edad
babeando delante de mí. Suena tan asqueroso como es. Creedme. Es insoportable.
Se me revuelven las tripas solo de pensar en ello.
-¿Quieres? -de nuevo la mujer
de mi derecha molestándome. Me ofrece caramelos de menta.
-No, gracias. -rechazo.
-¿Te has aburrido del libro?
Veo que llevas un tiempo sin mirarlo.
-Estoy pensando. -contesto con
la esperanza de que no vuelva a interrogarme. El camino de hoy va a ser largo.
Muy largo.
-¿Qué piensas? -pregunta. Me
encojo de hombros. No me apetece entablar conversación con ella. -¿cómo vas a
pasar la navidad?
-Voy a casa de mi padre a
celebrar el fin de año.
-Oh, yo a casa de mi yerno.
-sonríe satisfecha. -es un gran empresario.
-Mi padre también, qué
casualidad. -la mujer ríe exageradamente, algo que no entendí. Sé de sobra que
no soy graciosa.
Después de estar otro rato
intentando sacarme información y yo respondiendo cortante, desvío mi mirada al
best seller de John Green. Quizás así el tiempo pase más rápido. Adoro leer
desde pequeña. Es genial poder imaginar una historia, con sus paisajes y sus
personajes. Y todo ello a través de palabras. Y lo mejor es que cada persona
monta su propia escena en su cabeza. La magia de la lectura es única. Sin duda.
Yo no lo cambio por las películas, ni por los videojuegos. La lectura es una
parte de mí.
-¿No te encantan estas
casualidades de la vida? -ríe con sus estruendosas carcajadas. Yo sonrío sin
poner empeño en ello.
-Es genial, ¿verdad Irene?
-pregunta mi padre, que acaba de llegar a la estación, dándome un codazo. Sí,
es lo que teméis. La impertinente señora de mi izquierda es la madre de mi
madrastra. Qué regalazo de navidad. Asiento con los ojos en blanco. Es
imposible disfrazar mi mal humor.
-Anda, llévame la maleta tú que
estás joven. -me sorprendo al ver que se está dirigiendo a mí. Agarro el asa
para no tener que escuchar nada más. Se me cae el brazo, literalmente. ¿Pero
qué trae aquí dentro…? ¿Un muerto para la cena? Me abstengo de comentarios.
Esta mujer tiene salidas para todo.
Al llegar a la lujosa casa de
mi padre, me instalo en mi cuarto. Él siempre ha intentado
"comprarme". En el sentido de que me ofrece caprichos cada vez que
voy porque cree que eso le hará mejor padre, pero está bastante equivocado. Es
una forma, digamos, de hacerse sentir mejor. He de reconocer que la habitación
es mil veces mejor a la que tengo en Málaga, donde vivo con mi madre. Es
espaciosa, y los enormes ventanales hacen que la luz ilumine toda la estancia.
La cama es amplia, y el colchón es realmente cómodo. Un escritorio que hace
rincón soporta un ordenador carísimo, muy explotado por mí. A ver, no hago otra
cosa cuando vengo a Madrid. Estanterías con una forma un tanto extraña,
aguantan cientos de libros. Algunos están leídos hasta la saciedad, otros ni
los he mirado. El armario está siempre casi vacío, hay alguna sudadera y
pantalones cómodos. Y la joya del cuarto, el enorme equipo de sonido.
-¿Cielo, puedo hablar contigo?
-entra mi padre.
-Sí.
-Me gustaría que dijeras unas
palabras en nochevieja, por favor.
-¿YO? -debe ser una broma.
Enseguida lo entiendo todo.
-La señora Carmen tiene que ver
lo feliz que es su hija conmigo. Te lo ruego. -exactamente lo que pensaba.
-Papá, sorprende a tu suegra
con tus métodos.
-Vamos, échame un cable por una
vez. -intenta convencerme. Saca la cartera. Bufo enfadada. ¿Va a sobornarme?
¿Mi padre está intentando sobornarme?
-Ni lo intentes. -le digo,
apartando su mano.
-¿Qué quieres? Hagamos un
cambio. -de repente me siento utilizada. O un intento de ello.
-A veces se te olvida que el
trabajo termina a las 2… No vas a negociar más conmigo. Fin de la conversación.
-suspira agotado. Sale de la habitación decaído. ¿En qué estaría pensado? Sabe
perfectamente que no me gusta Anabel. Lo sabe de sobra. La sangre se me altera.
Pocas veces me enervo, pero cuando llego a esta casa no dejo de hacerlo. En el
mismo momento llama mi madre. Una sonrisa aparece en mi cara. Podré
desahogarme. Nada más descolgar le cuento lo ocurrido en el viaje, la fatal
casualidad y la propuesta inapropiada de mi padre. Se echa a reír mientras le
narro lo fantásticamente bien que paso las vacaciones.
-Dime, ¿tiene la voz tan aguda
como su hija? -pregunta.
-Peor. Voz aguda que nunca
calla, mamá. ¡Sácame de aquí! -exclamo. Ella ríe al otro lado del teléfono.
-Hija. -otra vez mi progenitor.
Levanto las cejas. -la cena. -susurra al ver que hablo por el móvil, que, como
adivinaréis, me compró él. Me despido y cuelgo. No les haré esperar, no quiero
oír eso de que no tengo educación una vez más. Pongo la mesa con mi madrastra,
siempre tan asquerosamente sonriente.
-¿Cómo fueron las notas? -dudo
si intenta ser amable o cotilla. Definitivamente la segunda opción.
-Bien. -contesto seca. -la
mayoría son notables.
-Tu padre me dijo que habías
sacado muy poco en inglés. Yo podría ayudarte. -vuelve a su molesta sonrisa.
-No sabía que supieras hablar
inglés.
-Y escribirlo. -ríe. ¿Es una
broma? No acabo de encontrarle la gracia, pero carcajeo falsamente. Termino de
colocar los vasos. Mi, ¿abuelastra?, está ya sentada, esperando que le sirvan
la comida. Se coloca la servilleta en las piernas y agarra los cubiertos.
Anabel sirve el pescado. A la vieja se le salen los ojos. La dorada llega a su
plato y es devorada a la velocidad de un rayo. Me trago la risa al captar el
asombro de mi padre. Aún no he terminado de quitar las espinas y ella ya ha
terminado.
-¡Qué lenta! -se queja. Ya
tardaba. -yerno, ¿qué comeremos mañana?
-Habrá que tirar la casa por la
ventana. No todos los días se acaba el año. -se incorpora. Es gracioso ver a mi
padre así. Está tan tenso.
-¿Habrá langosta entonces?
-Lo que usted quiera. -dice.
Menudo pelota.
No quiero imaginar la noche que me espera. Creo que será la más
deprimente de mi vida…y de la historia.
¡Vaya comienzo de la novela... en Nochevieja! Pobre chiquilla, que ni elegir puede el estar con su madre para acabar y empezar el año. Es entendible cómo actúa la protagonista porque el egoísmo es clave en la adolescencia. Queremos todo como queremos y sino nos retraemos de la realidad. Que por cierto, esa mención a Bajo la misma estrella va de perlas. La protagonista se parece un poco, en la apatía para llevarse bien con alguien... ni un intento, oye.
ResponderEliminarSiempre diré que Bajo la misma estrella es como Un paseo para recordar, pero sin connataciones religiosas, jajaja
Me ha gustado mucho el primer capítulo, y la extensión es perfecta. No llega a hacerse pesada... que la gente cree que más es mejor... y no; vaya un error.
PD: La idea de añadir un gif (y ese!) es muy buena.
Javi
Xx
No va a aparecer Malú en esta novela??��������
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